jueves, 17 de octubre de 2013

ASESINO SIN GUANTE - Primer premio de cuentos.


ASESINO SIN GUANTE

            Charles ha vuelto a Irlanda tras haber estado varios años en el extranjero. Italia, Rusia, China… Podemos decir que se ocupaba de algunos “negocios”.  La razón de su vuelta a su pueblo natal es la muerte de su madre que ha muerto por un cáncer de pulmón.
Charles está sentado en la ventana del salón. Sus ojos grises, fríos y duros miran a la bella Irlanda, el césped, los árboles… y, mientras, da caladas a su fino cigarrillo. Junto a él yace en un bonito ataúd de madera de caoba, forrado por una suave tela granate, el cuerpo muerto de su madre. La mira fijamente unos instantes, luego coge la mano derecha fría y sin vida de su madre y la coloca justo encima de su mano izquierda. No se había dado cuenta que la quería tanto hasta ese momento. Se le escapan algunas lágrimas. La genética le fascina. Sus manos son idénticas. Se fuma otro cigarrillo, lo tira al suelo y lo pisa con uno de sus bonitos y elegantes zapatos italianos. Seguidamente lo recoge y recuerda que debe irse. Nadie debe saber que ha estado allí.
Charles piensa quedarse en Irlanda. Conoce a varios grupos de gente “poderosa” e “importante” que quiere contar con los servicios de una mano experta como la suya. Es más, ya tiene un encargo. En su maletín tiene todo lo necesario para realizarlo, solo le faltan un par de guantes.
            Charles se para en una pequeña tienda de pueblo donde dan una atención más directa al cliente. Charles odia esas tiendas,  prefiere no tener contacto con desconocidos. Aun así, le pregunta al dependiente canoso y gordinflón con nariz redonda y sonrisa de tiburón.
-          Buenos días. Estaba buscando unos guantes de piel. ¿Podría enseñarme los que tiene?
-          Sí señor. Si no le importa, enseñadme su mano y buscaré por talla.
Charles en ese momento saca la mano izquierda del bolsillo y se la muestra. Debe estar muy afectado por la muerte de su madre ya que él nunca enseña su mano izquierda. El dependiente, sorprendido, se queda mirando la mano con los ojos como platos y después emite una carcajada tan sonora que otro cliente que salía por la puerta da un respingo. Charles avergonzado esconde la mano tras la espalda. El dependiente sigue riéndose, le suelta un “choca esos cinco” y luego llama a gritos a una tal Kate que está en el almacén. Se mofa de Charles diciéndole que no hay guantes para él, pero que hará lo que esté en su mano. Charles se carga de ira. Charles está muy enfadado. Saca una pistola del forro de su chaqueta, dispara al dependiente y este para de reír. Se forma un silencio que da miedo. Entonces, una chica joven se asoma por la puerta del almacén, ve la escena y llama a la policía. Charles abre su maletín y busca un arma concreta.
Cuando llega la policía, se encuentran al dependiente muerto con un gran charco de sangre. Hay otro charco, junto a este, Charles llorando como un niño repitiendo sin cesar “mamá”. Sobre el charco hay algo: un dedo. La policía se lo lleva detenido y esta vez no podrá librarse de la prisión.

Al día siguiente, su historia se hace noticia y aparece un titular poco común en el periódico local: “El asesino lo hizo porque tenía seis dedos en la mano izquierda”.

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