Hace un mes fui a un concierto a ver a un artista que nunca me imaginé que vería en directo: Ángel Stanich.
Un amigo al que no veía desde hacía tiempo me avisó y decidimos ir. En realidad lo he visto bastante poco pero tenemos gustos musicales parecidos y pocos amigos que conocieran al tal Ángel Stanich.
Quedamos un rato antes para llegar con tiempo cuando nos dimos cuenta de que Stanich estaba en la cafetería tomando algo. En la península es relativamente conocido pero aquí en Canarias... casi nada. Y allí estaba él, bebiéndose un cortado con su representante entre gente que comía papas locas y que no tenían ni idea que un cantante de semejante calidad, con esas pintas de barbudo desaliñado, compartía espacio con ellos.
Nos acercamos a que me firmara el disco que había comprado el Fnac de Madrid en verano y hablé con él de que aquí era imposible conseguirlo, que no había llegado. Que ya era hora de que viniera a dar un concierto. Ah, y que para la próxima volviera con la banda.
A pesar de que en el concierto no tenía banda y era él solo con su guitarra, su armónica y sus ritmos hechos con los zapatos de tacón, era musicalmente increíble.
Allí estuvo dos horas sudando, cantando, tocando y dándolo todo para los pocos que habíamos decidido oír su música en primera persona. Dos horas que para mi pasaron volando. Tocó todos sus temas en ascenso, empezando por Camino Ácido, creando un climax impresionante, pasando por mi favorita, El Outsider, y acabando en Metralleta Joe con el público en sus bolsillos.
Angel Stanich entre el público. (Yo a su derecha dándolo todo) |
Acústicos así merecen la pena
Sonia Nickichucknez
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