lunes, 15 de diciembre de 2014

SER UNA BOLSA

Lector, mira a tu alrededor. Ahí está, es posible que ya la hayas visto: una bolsa.

En estas fechas navideñas no puede faltar. Las tiendas y centros comerciales se llenan de clientes que revuelven los estantes y percheros para llevarse algo a su casa, bien sea la última moda en decoración de navidad o los ansiados regalos. Bolsas llenas que pasean viendo otras bolsas que llevan el contenido a su destino. Es época de compras, de gasto, de consumismo. Pero no entendido como negativo, sino como algo que a una gran mayoría nos gusta y que la minoría que le disgusta lo sufre de forma inevitable. Así, la gran amiga de la bolsa se pone feliz. Hablo de su amiga La Bolsa, con mayúscula, que sube, crece y se hincha como lo hacemos nosotros en la cena de nochebuena, de navidad, de nochevieja, o en cualquier otro momento que aprovechemos para degustar los manjares que La Pascua nos ofrece. Tras hincharse de números y cifras, la Bolsa, se mira al espejo, ve que ha perdido la forma y se deprime, cae y nos crea al resto de mortales la famosa cuesta de enero, que más le cuesta a los que ya terminaban el año escalando.

Entonces, miro las bolsas al salir del centro comercial y me pregunto: “¿existe vida bajo las cosas?”, igual que lo hacía el chaval de la película “American Beauty” mientras veía el vídeo de una bolsa de plástico que era arrastrada por el viento y que parecía que bailaba con él. Sí, existe vida bajo las cosas. Sí, bajo las bolsas también. Se la dan las personas que cuando entras a hacer la compra te reparten otra bolsa para que la llenes de alimentos, juguetes o material para las familias más necesitadas. Voluntarios que luchan para que otras personas no tengan que vivir con el contenido de las bolsas que depositamos en los contenedores, para que no tengan que robar otras bolsas, para que así, cuando vean los precios de enero puedan superar las imposiciones de la gran Bolsa.

Por estas últimas me gustan las bolsas. Menos las que tenía la Pantoja en su casa llenas de dinero, esas no. Ni las bolsas que se hacen en los pies después de llevar zapatos elegantes y a su vez extremadamente incómodos.
De niña solo habría pensado en la enorme bolsa que carga Papá Noel en su trineo o en las que los Reyes Magos llevan en sus camellos colmadas de regalos. Sin embargo, al ser adulta ¿qué uso debo darle a mi bolsa?



Sonia Nickichucknez

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