Lector, mira a tu alrededor. Ahí está, es posible que
ya la hayas visto: una bolsa.
En estas fechas navideñas no puede faltar. Las
tiendas y centros comerciales se llenan de clientes que revuelven los estantes
y percheros para llevarse algo a su casa, bien sea la última moda en decoración
de navidad o los ansiados regalos. Bolsas llenas que pasean viendo otras bolsas
que llevan el contenido a su destino. Es época de compras,
de gasto, de consumismo. Pero no entendido como negativo, sino como algo que a
una gran mayoría nos gusta y que la minoría que le disgusta lo sufre de forma
inevitable. Así, la gran amiga de la bolsa se pone feliz. Hablo de su amiga La
Bolsa, con mayúscula, que sube, crece y se hincha como lo hacemos nosotros en la
cena de nochebuena, de navidad, de nochevieja, o en cualquier otro momento que
aprovechemos para degustar los manjares que La Pascua nos ofrece. Tras
hincharse de números y cifras, la Bolsa, se mira al espejo, ve que ha perdido
la forma y se deprime, cae y nos crea al resto de mortales la famosa cuesta de
enero, que más le cuesta a los que ya terminaban el año escalando.
Entonces, miro las bolsas al salir del centro
comercial y me pregunto: “¿existe vida bajo las cosas?”, igual que lo hacía el
chaval de la película “American Beauty” mientras veía el vídeo de una bolsa de
plástico que era arrastrada por el viento y que parecía que bailaba con él. Sí,
existe vida bajo las cosas. Sí, bajo las bolsas también. Se la dan las
personas que cuando entras a hacer la compra te reparten otra bolsa para que la
llenes de alimentos, juguetes o material para las familias más necesitadas.
Voluntarios que luchan para que otras personas no tengan que vivir con el
contenido de las bolsas que depositamos en los contenedores, para que no tengan
que robar otras bolsas, para que así, cuando vean los precios de enero puedan
superar las imposiciones de la gran Bolsa.
Por estas últimas me gustan las bolsas. Menos las que
tenía la Pantoja en su casa llenas de dinero, esas no. Ni las bolsas que se
hacen en los pies después de llevar zapatos elegantes y a su vez extremadamente
incómodos.
De niña solo habría pensado en la enorme bolsa que
carga Papá Noel en su trineo o en las que los Reyes Magos llevan en sus
camellos colmadas de regalos. Sin embargo, al ser adulta ¿qué uso debo darle a
mi bolsa?
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